jueves, 11 de marzo de 2010

Arte publico y pensamiento postanarquista




El arte público contemporáneo, en tanto desarrollo visual en la esfera pública, responde ineludiblemente a la trayectoria delineada en la última mitad del siglo XX por la filosofía política contemporánea, en los estudios sobre el poder hechos por el pensamiento post estructuralista, específicamente en las aportaciones de filósofos como  Deleuze, Foucoult y Lyotard, en donde la locura, la sexualidad, el psicoanálisis, la arquitectura y el arte han sido objeto de su crítica a situaciones concretas de opresión. 
Está claro que ellos han marcado una fuerte distancia de la tradición marxista y quizá por eso mismo es que algunos pensadores como   Christian Ferrer o Todd May reconocen que esta elaboración de una crítica del poder puede vislumbrarse en relación directa con la tradición de la teoría anarquista, en cuanto a  critica de la representación más que programa político; es decir, retomando la tradición anarquista –particularmente a Bakunin y Kropotkin- como pensamiento teórico más que ideológico y conectándolo con el posestructuralismo francés como un entramado filosófico que ha ofrecido un análisis complejo de la opresión a través de sus micropolíticas. Entendido así el anarquismo, puede recuperarse como un pensamiento teórico más que ideológico y al anarquista como un practicante de la libertad más que un líder político, un anarquismo no ideologizado es quizá eso que nosotros llamamos pensamiento postanarquista, una estrategia de formación de zonas temporalmente autónomas, alimentado por artistas, pensadores, programadores y ciudadanos en general, es decir, avatares del caos que no esperan sentados a la utopía sino que construyen sus propias identidades, dilucidando un nuevo mapa de la ciudad, un paisaje desterritorializado que se mira a sí mismo, en una infinidad de travesías, del espacio público al privado, de la universidad o el museo al mall o al parque temático, de los cinturones de miseria a los centros de la opulencia, del desabasto al desperdicio, de lo íntimo a lo espectacular, de la caminata al helicóptero. Una visión de hábitat, una revisión de eso que Felix Guattari llamaría prácticas ecosóficas a partir de la producción del arte contemporáneo.
La ciudad es el espacio de confluencia global. En ella se desarrollan casi todos los procesos sociales y culturales de la era contemporánea. El siglo XXI se vislumbra como un periodo en el que se abandonarán los espacios rurales para dar paso a la constante migración de poblaciones a espacios urbanos y suburbanos. La ciudad funciona como un complejo nudo de posibilidades culturales, donde lo humano implosiona para concentrarse en un punto, mientras que al mismo tiempo se expande hacia nuevos territorios que poco a poco se urbanizan más y más. El paisaje urbano es un lugar en el que se suman una gran cantidad de acciones, decisiones y pensamientos individuales que se entretejen y se disparan como líneas de fuga hasta conectar nuevas acciones, decisiones y pensamientos.  La ciudad es el gran rizoma, que se conecta con otras ciudades-rizoma y con otras redes que también son urbanas pero que se desarrollan en territorios virtuales como la telefonía, la televisión satelital y el internet. La ciudad es el espacio intersticial, donde conviven todos los mundos posibles, contaminándose unos a otros al mismo tiempo que se rechazan, como una compleja maquinaria de elementos imantados cuyos polos unas veces se atraen y otras se repelen. Así como la ciudad es implosión y explosión a un mismo tiempo, la urbe abre redes y cierra fronteras. Es rizoma pero también es división, conecta pero separa. Por ejemplo, es en las urbes donde las fronteras entre las clases sociales son más evidentes. Santa Fé en la Ciudad de México es uno de los ejemplos más dramáticos de esta división, por un lado, en esa área se han colocado todos los grandes corporativos nacionales, haciendo gala de arquitecturas contemporáneas que cada vez más transforman el paisaje metropolitano, sin embargo desde los altos edificios corporativos pueden verse los barrios aledaños localizados en las barrancas que constituyen hectáreas y hectáreas de villas miseria. Conductores en autos de lujo comprando chicles a menores de edad que viven en las calles. La ciudad es centro y periferia, es inclusión y exclusión, la ciudad está en el intersticio.
Las experimentaciones de arte público  son sin duda búsquedas en espacios liminales que se mueven entre el territorio del arte y el territorio de la cotidianidad urbana, haciéndose a veces invisible la frontera entre activismo y arte, entre diseño gráfico y arte, entre arte y arquitectura o arte y educación. Igualmente, el arte emplazado en espacios públicos dialoga inevitablemente entre lo público y lo privado pues revela la postura de un individuo frente a su comunidad.
El arte público puede funcionar como espacio de interacción social, como posibilidad de conectividad entre polos aparentemente opuestos, entre clases sociales o incluso entre grupos étnicos enemistados. El arte como intersticio social se asume como un arte que rompe fronteras para conectar mundos posibles, o lo que Nicolás Bourriaud ha llamado Estética relacional, es decir, una conexión, un estado de encuentro, lo que en nuestras ciudades amuralladas por divisiones sociales puede funcionar como un puente de reconciliación social y una forma de creación y resignificación de identidades. Sin embargo, no todo el arte público genera intersticios sociales, mucho de este, al contrario, es emplazado por el propio sistema hegemónico para legitimizarse o acrecentar su poder político o económico. Es el caso de las efigies de los caudillos cuyo objetivo es la legitimización y el encumbramiento de los símbolos del poder. También es el caso de las llamadas “esculturas corporativas” que si bien no legitiman a personajes de las esferas del poder político, si contribuyen a acrecentar la sensación de grandeza económica de los grandes emporios trasnacionales, que, en la locura de la autocomplacencia y el derroche, invierten en grandes esculturas que juegan con sus espacios arquitectónicos o incluso abren museos privados en plazas comerciales. Así, si no todo el arte público abre intersticios sociales, todo el arte público es político en la medida en la que se desarrolla en la esfera pública. Por su parte, el arte público que sí genera espacios de intersticio, dialoga con lo político desde perspectivas que van desde la poética hasta el activismo, pasando por la creación de redes de intercambio y la apropiación de medios masivos de comunicación.
El arte que sale de la galería y el museo tiene la oportunidad – responsabilidad de dialogar con ciudadanos que no necesariamente cuenten con las herramientas intelectuales que los asiduos visitantes de museos. En ese sentido, ese diálogo se entabla a partir de la propia experiencia urbana más que de la formación académica. Así, las investigaciones artísticas en el espacio público abren espacios de reflexión y análisis experiencial, relacionando entorno y hábitat con dimensiones afectivas y humanas.
Latinoamérica se ha convertido en una de las potencias mundiales en cuanto a producción de arte en espacios urbanos se refiere, sobre todo aquel tipo que tiene un interés libertario y critico evidente; pues es este un territorio de desigualdades y posibilidades, rico y fértil para la transformación, donde la planeación urbana ha carecido en proporciones desorbitantes. Ciudades en vías de desarrollo que nunca llegan a éste, distopías monstruosas dispuestas de devorarse a sí mismas en las que los artistas no han encontrado suficiencia en apoyos financieros y políticas para el arte público, pero que han encontrado grietas por las cuales moverse y desarrollar sus proyectos, espacios de libertad no propositiva sino accidental entre los cuales se puede decidir entre poner un puesto de piratería ambulante o hacer una instalación de arte. En estos territorios, el arte público ha contribuido de manera fundamental a la formulación de prácticas asociadas con el activismo social que han impulsado el desarrollo del área. Los manifestantes en las marchas políticas –sindicales, ciudadanas, ecologistas, gay, partidistas de izquierda, etc.- han recuperado estrategias del performance y el arte público desarrolladas desde la década de los setentas por artistas. Hoy en día los manifestantes utilizan el lenguaje visual como un lenguaje de protesta, reapropiándose del arte contemporáneo al crucificarse simbólicamente, desnudarse o diseñar esculturas y pinturas móviles que los acompañan, al disfrazarse y apropiarse de los símbolos del poder para resignificarlos y recodificarlos, desde un espectro de transformación libertaria y postanárquica.
De igual forma, el arte público abre planteamientos para el desarrollo de un nuevo urbanismo, centrado en la escala humana, respetuoso y promotor de la diversidad, liberador, espontaneo, lúdico y ecologista. Un arte para la elaboración de dinámicas urbanas que no estén acotadas únicamente por la sociedad disciplinaria o de consumo, sino que respondan a necesidades de intercambio no productivo ni especulativo, sino afectivo e intelectual. Un arte que no espera sentado a la utopía sino que recrea e inventa las utopías dentro de calles, avenidas, parques y plazas públicas, Un arte que no cree en la revolución, sino en la revuelta y en la fiesta. Un arte efímero, que conecta, golpea y huye, que no alude a discursos grandilocuentes sino que se alimenta de experiencias cotidianas. Una producción cultural que contraviene a las producciones dictadas desde el poder y los medios de comunicación pero que en vez de tratar de escapar de ellos, los aprovecha y los reconfigura sin que ellos lo perciban. No un arte politiquero ni sentimentalista, sino un arte que asume la política como estrategia de vida, de convulsión y caos.

De la utopía a las heterotopías.


2 comentarios:

Las Horas dijo...

Carajo Lars, lo volviste a hacer, me dejas sin aliento. Me encanta, imperdible, ¿lo publicarás en alguna revista?, ¿en algún otro lugar? Lo vale y mucho. Las ideas que me llamaron mucho la atención, que comparto y hasta cierto punto aún debo digerir:

“El anarquismo, puede recuperarse como un pensamiento teórico más que ideológico y al anarquista como un practicante de la libertad más que un líder político, un anarquismo no ideologizado es quizá eso que nosotros llamamos pensamiento postanarquista”

Me agrada la idea, las antiguas metodologías no bastan, los tiempos han cambiado y es necesario un pensamiento postanarquista, Vidarte diría que no necesitamos más profetas del mundo feliz... ¿la solución? Creo que un intersticio, como bien dices:

“El arte como intersticio social se asume como un arte que rompe fronteras para conectar mundos posibles, o lo que Nicolás Bourriaud ha llamado Estética relacional, es decir, una conexión, un estado de encuentro, lo que en nuestras ciudades amuralladas por divisiones sociales puede funcionar como un puente de reconciliación social y una forma de creación y resignificación de identidades […] Así, si no todo el arte público abre intersticios sociales, todo el arte público es político en la medida en la que se desarrolla en la esfera pública”

Me fascina la idea, pero igual me persigue la percepción de que el arte contemporáneo es para personas ¿intelectuales? Me consternan los códigos sociales ¿cómo lograr la reconciliación social?, ya lo hemos comentado: el arte conceptual da por hecho que el espectador es inteligente y letrado; ahora bien, lo que me preocupa es que el lenguaje que se utiliza muchas veces en el arte público parece ininteligible para la sociedad ¿cómo llegar a ella?

Si bien comparto que el arte es esta zona de confort y/o agitación que nos invita a la no-consumación (el arte público sobre todo por ser efímero, pues más bien muta y no caduca) creo que terminamos por crear otro círculo, una nueva forma de lenguaje tan distinta que apenas entre nosotros es compresible. Cual Luteranos, clavamos las tesis en las iglesias católicas, el problema es que el pueblo no sabe leer, o ¿es nuestro nuevo intento de una Torre de Babel? Me recuerda a la New Babylon de Constant.

Espero no me empales por mi pensamiento algo snob (que lo es, después de todo), quizá pretendo encontrar en algún texto las instrucciones necesarias para cambiar el mundo (menudo problema ¿no?) cual consejos ecológicos que al menos me aseguren que si hago tal o cual cosa terminaré por crear un cambio para bien.
Pero bueno, para terminar, mi parte favorita:

“Un arte que no espera sentado a la utopía sino que recrea e inventa las utopías dentro de calles, avenidas, parques y plazas públicas, Un arte que no cree en la revolución, sino en la revuelta y en la fiesta”

Igual las utopías son extrañas, igual sigo sin entender por qué toman la palabra “utopía” cuando Thomas More ridiculiza muchas costumbres de la sociedad que describe en su libro, de aquella sociedad que no es ni por asomo idealizada, creo quizá que de ahí proviene el aspecto lúdico de una utopía, saber que dentro de sí misma es absurda si se queda en el papel (como lo es en el libro de More), es evidente que debe ser llevada a las calles... aunque si lo pienso More perdió la cabeza de forma literal... JO-der.

Saludos pues, me encantó.

Larisa Escobedo dijo...

Lucio!!!! Gracias por tu comentario! ya pensaba yo que el post estaba tan largo que nadie lo iba a leer, jejeje... este textito fue una ponencia para un foro de arte publico y creo que se va a publicar en un libro de mujeres y arte... no estoy segura pero yo creo si... Te mando un abrazo, chidez, lucio.