miércoles, 23 de abril de 2008

Elías y yo hemos estado platicando mucho del proyecto para convertirnos en empresarios de bienes raíces.

A mi, me gustaría vender unos metros cúbicos de vacío.

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Me gusta la voz de Elías, es poderosa y tierna... tal vez podría ser locutor.

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Mi voz en cambio es medio gangosa, grito con facilidad en la borrachera. Me gustaría poder cambiar de voz a mi antojo. Mañana ser soprano.

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Una vez me enamore de la voz de una mujer. Su atractivo físico era irrelevante, pero su voz me dejaba un eco particular en el alma.

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Quizá eso es lo que me gustaría vender: cajitas con experiencias vocales... no cantos, mas bien, palabras que han sido pronunciadas una sola vez para un solo oído. Poder tenerlas guardadas como fotos, esas pequeñas frases que construyen la posibilidad de estar vivo...

como aquella vez en que ella o el dijo una broma particularmente tierna y sin saberlo quebró las estructuras del dolor en tu cuerpo.

1 comentario:

Violeta Vázquez-Rojas dijo...

Otras propuestas de negocios irredituables, pero soñadores:
Mi papá quería poner una mesita en la puerta de la casa en la que se leyera: "se hacen frases célebres". Yo a veces, continuando con el negocio familiar, quisiera vender los dichos de mi tía Esperanza. Benja alguna vez pensó en vender frascos de "gas butano" cuyo contenido provendría de santa sea la parte. Niza le pedía a su mamá, cada vez que viajaba en avión, que le trajera un cachito de nube en una caja que le daba para efectos. Todos alguna vez hemos propuesto un trato como "le vendería mi alma al diablo" como si el diablo estuviera en lo más mínimo interesado. Pero el que se llevó las palmas en estos negocios surrealistas fue el cabroncete que un día decidió embotellar el agua y venderla. Dicen que al principio venía en bolsas de plástico "alpura".